lunes, 3 de marzo de 2008

El debate, II


Me viene a la mente una película que, aunque haya perdido algo, conserva la esencia de lo que significa la política (el poder más precisamente) en su relación con el hombre. Hablo de El político de Robert Rossen (originalmente Todos los hombres del rey, de la que hace muy poco se hizo un aceptable remake con el histriónico Sean Penn).
La película es una magnífica reflexión sobre el poder, la corrupción y los buenos deseos, palabras que, en principio, pueden parecernos muy alejadas. Algo de todo esto hay como muy bien dice el análisis de Victor de la Torre.
La vida de Rossen es una auténtica película de resistencia, de defensa de unos planteamientos, que tuvo su desenlace con la salida del país acusado de comunista por el "Comité de Actividades Antinorteamericanas" en la época de la "caza debrujas" del senador Joseph McCarthy.

No sé si la obra (prefiero El Buscavidas pero estamos con el debate) pudiera trasladarse al mundo actual, creo que sí. No me aventuro ya a decir si la vida (el proceso de degradación) del protagonista se acerca más a uno o a otro. Todo parece una excusa para hablar de buenas películas ya muy antiguas pero que conservan la piel de los humanos.

Criticamos a los políticos pero son necesarios. Su proceso de profesionalización, en una actividad a la que se supone cierto nivel de altruismo y desinterés (reforzado en las vacías declaraciones que ellos mismos hacen de su vocación), nos aleja todavía más de ellos cuando de hecho es una realidad necesaria y, tal vez, más positiva. Nuestros candidatos apenas han ejercido otra actividad profesional que no sea la política (son profesionales de la revolución como señalaba Lenin), sus organizaciones son estructuras cerradas, monolíticas, en las que el afiliado, y no digamos ya el simpatizante o el votante, tiene muy poco que decir. Estructuras en las que la disensión es carnaza para el enemigo y origen de división interna en lugar de proceso de crítica constructiva. Realmente, tal vez digo, deba de ser así, estructuras militarizadas, de jerarquía, obediencia y respeto al superior. En caso contrario podrían convertirse en instituciones ingobernables y los ciudadanos, al percibirlas como tales, preferirían aquellas que parecen seguros monolitos de cohesión.
Las sociedades plurales, complejas, cada vez más individualizadas y ajenas a lo público como decía Tocqueville, necesitan de estas instituciones fuertes, casi "ademocráticas". No lo tengo claro. Otro día sigo.

No hay comentarios: